Diario de Sesiones 146, de fecha 25/11/2014
Punto 1

ACTO EN CONMEMORACIÓN DE LA DECLARACIÓN DE LOS DERECHOS DEL NIÑO.

El señor PRESIDENTE: Señorías, el pasado 20 de noviembre se cumplieron veinticinco años de la Declaración de los Derechos del Niño, cuya celebración se inició en septiembre de 1990, y a la que se han adherido desde entonces 194 países miembros de las Naciones Unidas.

En paralelo a la firma de este protocolo, en nuestra sala de exposiciones se abrió una muestra de trabajos realizados por escolares de Los Realejos, dedicados a los derechos del niño.

En los últimos días, y por medio de los portavoces de todos los grupos, el Parlamento de Canarias, junto al Gobierno y a la fundación Unicef, suscribió el Pacto Canario por la Infancia, que confirma y ratifica toda la legislación autonómica, nacional e internacional, para el pleno ejercicio de los derechos de un sector cualificado de nuestra sociedad. Casi 400.000 menores de 18 años, que representan el 20% de nuestra población.

Junto a Aldeas Infantiles de España, tenemos la satisfacción de completar el programa conmemorativo, que, además de solemnizar las efemérides, expresa nuestro firme compromiso de proteger a los menores de todo tipo de abusos, explotación y violencia y garantizarles, entre los derechos recogidos en sus 54 artículos, el acceso a la educación y la salud.

Pero nadie mejor que un cualificado representante de los niños de Canarias para manifestar sus sentimientos y reivindicaciones ante la institución que representa a las mujeres y hombres de todo el archipiélago.

Por acuerdo unánime de la Junta de Portavoces, le doy la palabra a Elí Rodríguez Guerrero, alumno del Colegio Susana Villavicencio de Tenerife.

Elí, puedes pasar a la tribuna de oradores.

El niño RODRÍGUEZ GUERRERO (Elí): Me llamo Elí Rodríguez Guerrero, tengo ocho años y vivo en Tenerife. Tengo una familia que me quiere y voy al colegio Susana Villavicencio. Durante la semana voy a clase, hago deporte y los deberes y luego juego en casa o con mis amigos en el parque. Los fines de semana estoy con mis padres y me gusta hacer cosas divertidas con ellos.

Soy un niño que tengo todos estos derechos, los que me corresponden, y soy muy feliz por ello; sin embargo, sé que hay niños y niñas que no pueden disfrutar de todo lo que yo tengo. Por eso estoy aquí, para hablar en nombre de todos los niños de mi clase, de mi colegio, de mi ciudad y de mi comunidad, y recordar que hay otros que lo tienen más difícil.

Hace veinticinco años personas importantes como ustedes, de muchos países, decidieron convertir en ley todos esos derechos que he mencionado y muchos más, porque todos estaban de acuerdo con que a los niños del mundo entero hay que protegerlos y enseñarlos a ser responsables para que en un futuro, cuando sean mayores, puedan hacer lo mismo por otros niños. Así, el mundo será más justo, más solidario y sostenible y todos seremos más felices.

Como les decía, hace veinticinco años, la Asamblea General de la ONU firmó la Convención sobre los Derechos del Niño, el 20 de noviembre de 1989. Un texto que se convirtió en ley en 1990. Esta convención es el tratado internacional más ratificado de la historia. ¿Saben qué significa eso? A mí me lo ha explicado mi profesor: que todos esos países tienen la obligación de hacer cumplir los derechos de los niños y, si no lo hacen, tienen que rendir cuentas al Comité de los Derechos del Niño, que lo forman personas todavía más importantes que velan por los derechos y el bienestar de todos los niños y se encargarán de corregir lo que no se ha hecho bien.

Como ya hace veinticinco años que se aprobó la Convención sobre los Derechos del Niño, a lo mejor alguno no se acuerda. Por eso les voy a hacer un resumen:

Los niños somos niños hasta los 18 años; todos tenemos que tener estos derechos, sin excepción alguna.

Los niños tenemos derecho a un nombre y a una nacionalidad, como yo, que me llamo Elí y soy español.

Es nuestro derecho vivir con nuestro padre y nuestra madre y, si no puede ser, vivir con quien mejor estemos y pasar tiempo con los dos. Los niños que no puedan vivir con su familia tienen que estar con otra que los cuide, los quiera y los eduque y se hagan responsables de su crianza.

Tenemos derecho a expresar nuestra opinión y a que se tenga en cuenta, como estoy haciendo yo en este momento. Podemos pensar lo que queramos, porque tenemos libertad de pensamiento, de conciencia y de religión, siempre que no vaya en contra de los derechos de otros.

Los medios de comunicación tienen que difundir información que no nos perjudique y que nos respete.

Los Estados tienen que proteger a los niños para que no sufran malos tratos ni abusos y, si algún niño es víctima, son responsables de evitarlo y de procurar su recuperación.

Hay niños que tienen alguna discapacidad física, mental o sensorial, por eso tienen derecho a recibir cuidados y educación especial y adecuada para ellos. Tenemos derecho a estar sanos y para ello nos tienen que ofrecer servicios médicos adecuados a nuestra edad.

También queremos estudiar y aprender, por eso tenemos derecho a la educación, y también a jugar y a divertirnos, porque la convención estuvo en todo y dijo que eso también es nuestro derecho.

Leer estos derechos me emociona, pero saber que, a pesar de que 193 países se pusieran de acuerdo para ratificarlos y de que haya un comité muy importante que vigile por el cumplimiento, me entristecen cosas que aún pasan en el mundo. Hay muchos niños pobres y la pobreza hace que no tengan estos derechos que he leído. No pueden ir al colegio ni al médico, algunos viven en guerras, sufren epidemias y muchos no pueden ver a sus padres.

Antes pensaba que la pobreza solo estaba en otros países, pero ahora sé que en España también. Hay familias que no pueden comprar comida ni material escolar para sus hijos. ¿Saben que en España la pobreza infantil ha crecido en dos años un 10%? Yo lo sé porque lo he leído, porque veo en la tele y en mi barrio a familias que lo están pasando mal y, como me pone triste, me intereso por todo lo que está sucediendo.

Por eso estoy aquí y otros niños de otras ciudades están también en sus parlamentos autonómicos diciendo lo mismo que yo: que los niños sabemos que tenemos derechos y queremos que sigan trabajando para garantizárnoslos y que no se olviden de nosotros, sobre todo de los que lo están pasando muy mal, que hagan leyes que permitan que todos los niños tengan alimentos, casa, familia, educación y salud.

Cuando sea mayor, recordaré este momento y será un orgullo para mí y para otros como yo continuar con su labor, la de los adultos y los políticos que se preocupan por los niños y hacen todo lo posible para que crezcamos felices y tengamos oportunidades para ser todo lo que queramos.

Muchas gracias a todos y a Aldeas Infantiles SOS por permitirme estar hoy aquí.

(Aplausos.)

El señor PRESIDENTE: Muchísimas gracias a Elí, que es un niño de 8 años, del Colegio Susana Villavicencio, y muchas gracias a Aldeas Infantiles.

También tenemos ocasión, y nos alegramos de esta feliz coincidencia hoy aquí, de que estén presentes los alumnos y alumnas de 5.º y 6.º de Primaria, del Centro de Educación Infantil y Primaria Fray Albino de Santa Cruz de Tenerife. Sean bienvenidos aquí también en un día tan grandioso, diría yo, para recordar, que es la ratificación de los derechos del niño.

Señorías, reconforta saber, como expresó un líder africano de feliz memoria, que los derechos tienen que reivindicarse con la naturalidad con la que el sediento pide agua. Este es el caso del joven orador que leyó esta declaración. Nos resta afirmar que este mundo globalizado como el que tenemos hay que revertirlo hacia parcelas positivas, comprometerlo en objetivos y metas sociales que, con voluntad y decencia, se impondrán con la misma velocidad que las metas económicas, que, además, vienen avalados por la justicia y la solidaridad.

En Canarias y en cualquier esquina del planeta, tenemos que proteger con todos nuestros medios al sector más vulnerable de la humanidad, amenazado por la pobreza, el hambre, las pandemias, las desigualdades sociales, las tradiciones culturales, la guerra y el éxodo, con la convicción de que invertimos amor y recursos en la mejor causa y en el mejor aval del futuro.

Muchísimas gracias.