Ouda: testimonio de una mujer refugiada en Canarias

El Parlamento de Canarias rinde homenaje en el Día Mundial del Refugiado a los millones de personas refugiadas de todo el mundo. Lo hace recogiendo el testimonio, facilitado por CEAR, de una mujer siria que hoy intenta volver a la normalidad junto a sus familiares en Gran Canaria.

20/jun/2017

El Parlamento de Canarias rinde homenaje en el Día Mundial del Refugiado, que se conmemora este 20 de junio, a los millones de personas desplazadas forzosas del planeta. Y lo hace recogiendo el testimonio, facilitado por la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), de una mujer siria que hoy intenta volver a la normalidad junto a sus familiares en Gran Canaria.

Este es el relato de su viaje:

"La primera razón de mi decisión de dejar mi país, mi tierra, mi lugar fue el miedo, el miedo a morir o incluso a ser herida o quedar discapacitada en el mejor de los casos. Todos los días, incluso en los días en que las cosas parecían relativamente tranquilas, había una gran oportunidad de morir a causa de un misil, un cohete, una granada propulsada por cohete, RBJ, coche bomba, un suicida o balas donde tú no sabes cómo y cuándo. Así fue como yo perdí a muchos amigos y amigas, alumnos, familiares. No sabes de dónde o a dónde va a golpear y lo malo que va a suceder. Sin mencionar la posibilidad de un combate en medio de cada lugar o calle entre los diferentes grupos militares en la ciudad, incluso por razones personales o por cualquier asunto trivial.

La segunda, fue la presión psicológica, moral y física. Cada vez que necesitaba tomar un transporte público, solía comprobar si hay alguien con una mochila o una bolsa dejada en algún lugar bajo los asientos o incluso estudiar las caras de la gente ante la sospecha de algún indicio o miedo. Sin embargo, yo vivía en un sótano, por más seguridad, donde he sobrevivido dos veces cuando cayeron dos misiles en nuestro edificio, justo en la planta primera, encima de mí. Siempre estaba atenta a dónde se producían los sonidos de combates y dónde las balas caían con el fin de elegir un camino a seguir hacia la escuela en la que enseñaba, si los estudiantes vendrían hoy o no podrían, basándose en mi desnudo sentido a veces y tomando riesgos.

La tercera razón, la comida, el agua y la luz, las medicinas, la higiene y los altos precios. Era muy difícil el sufrimiento diario, de cada minuto, para pensar cómo voy a hacer para la gestión de gas o lo que sea para cocinar, aun teniendo la suerte de poder pagar el triple del precio que pagaría un hombre. Los días pasaban y yo y los cientos de personas que vivían en los edificios que sobrevivieron en la ciudad vivíamos con la esperanza de disponer de agua para tomar un baño, aunque lo peor sucedía en invierno cuando las personas enfermaban y tenían frío. La medicina, si la hubo alguna vez, no hizo nada. Incluso padecí una enfermedad llamada "cinturón de fuego" debido a la presión psicológica y el calor del cuerpo".

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