Antonio Castro, pregonero de las Fiestas de Mayo de Santa Cruz de Tenerife

El presidente del Parlamento, Antonio Castro, leyó en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, el pregón con motivo de las Fiestas de Mayo 2011. El alcalde de la capital tinerfeña, Miguel Zerolo, fue el encargado de presentarlo al público asistente.

PREGÓN DE LAS FIESTAS DE MAYO

SANTA CRUZ DE TENERIFE, AÑO 2011

“Santa Cruz, metáfora del tiempo”

¡Señoras y señores!:

Pregono, con el mayor orgullo y con inmenso honor, el mayo fundacional de la Muy Leal, Noble, Invicta y Muy Benéfica Ciudad, Puerto y Plaza de Santa Cruz de Santiago de Tenerife; ciudad llana a la participación de su noble y alegre vecindario y a los visitantes de todos los lugares que acuden atraídos por la fama y originalidad de las fiestas, por la belleza y solera del escenario urbano donde se desarrollan, y por la proverbial hospitalidad de su gente, con más de medio milenio de continua demostración.

27/abr/2011

Se justifica mi presencia en este acto, seguramente, por el cargo que en estos últimos cuatro años he tenido el honor y la responsabilidad de desempeñar, al frente del Parlamento de Canarias, la primera de las instituciones de nuestras islas, que integra y representa a más de dos millones de personas y que como saben, tiene entre sus competencias la elaboración de las leyes para su buen gobierno y el ejercicio de control del poder ejecutivo.

En esa condición expreso la mayor consideración de nuestra Cámara Legislativa al señor Alcalde y a la digna Corporación Municipal, en cuyo término radica nuestra sede por mandato estatutario y que en esta y en las seis legislaturas anteriores, colaboraron con nuestras iniciativas institucionales y culturales, facilitando además nuestras funciones reglamentarias.

En el plano personal, debo justificar mi presencia por la liberalidad ajena, más que por los méritos propios.

Con esta sincera declaración de principios, reconozco la delicadeza del excelentísimo señor Alcalde, que antepuso la vieja amistad que nos une a cualquier circunstancia. Así pues, esta tarde mi agradecimiento es previo a toda manifestación que haga y lo extiendo a las señoras y señores concejales de esta histórica ciudad, crecida y sostenida en el rumbo de la cortesía.

Con Miguel Zerolo Aguilar, compañero de largo recorrido en la política, comparto un valor fijo como la amistad, que anima y obliga a los bien nacidos; fuimos compañeros durante una legislatura en el Consejo de Gobierno de Canarias y luego, desde nuestras respectivas responsabilidades, colaboramos en una empresa que está por encima de los nombres propios y los cargos, que es la de procurar los medios, las infraestructuras y servicios que demandan las comunidades del siglo XXI, las piedras sillares sobre las que se levantan las sociedades más justas, más equilibradas, más solidarias y más cultas.

Una ciudad, como dijo Rafael Alberti, “es una casa grande en la que todos los habitantes deben buscar y aspirar a mejoras comunes”. En ese sentido, Miguel Zerolo –y doy fe por mi experiencia personal– fue un incansable reivindicador en beneficio de la ciudad que gobernó durante cuatro mandatos. Para ese ejercicio usó todas las herramientas a su alcance: su imaginación, su inteligencia, su cintura política y su implacable persistencia.

Sus mandatos al frente del Consistorio tinerfeño, le sitúan en la lista de alcaldes que en una esforzada carrera de relevos, convirtieron un surgidero marítimo, la hermosa bahía a la sombra de la Cordillera de Anaga, en una ciudad próspera y acogedora, abierta a la cultura y a los negocios a través del mar por donde llegó su principal activo para la paz y el progreso.

Acude a mi memoria una frase de un ejemplar alcalde de Madrid, “el viejo profesor”, que, más allá de su ubicación física y de su posición ideológica, afirmó que “llegar a la alcaldía del lugar donde se nace o se reside es el más alto honor que puede ostentar un político”.

Estas palabras tienen también carácter de despedida, en cuanto Miguel Zerolo, por decisión propia, orienta su futuro hacia otros derroteros políticos. Tuvo un papel notable en la ciudad que a caballo de los siglos XX y XXI, afrontó el desafío pendiente de la expansión urbana hacia el sur y de la consecución de las infraestructuras capaces, para atender a sus exigencias de desarrollo.

En ese recorrido y desde la Consejería de Infraestructuras, Transportes y Vivienda del Gobierno de Canarias, tuve oportunidad de trabajar codo con codo con una persona que tenía y que tiene a su pueblo en la cabeza y en el corazón. Que entre otras varias actuaciones, ahí están las miles de viviendas construidas; la Avenida 3 de mayo, reconvertida en una espléndida rambla urbana, los accesos y salidas de esta urbe expansiva; la instalación de la primera desaladora en Tenerife; el depósito regulador de Los Campitos; y, sobre todo, la quimera tangible de seguir recuperando el mar, con la reconversión de la Avenida de Anaga y la nueva vía de conexión con el puerto. Era y es una obligación porque el mar es la razón y la identidad de Santa Cruz, el elemento imprescindible para el recreo y la felicidad de sus habitantes.

Señor Alcalde, gracias como vecino, porque imagino que ese es otro de los motivos por los que esta tarde estoy aquí, abrumado por la magnitud del encargo y con el íntimo deseo de que mis palabras lleguen, con su sinceridad, a los sentimientos de quienes con tanta amabilidad me siguen.

El diplomático y ensayista Ángel Ganivet, miembro de la Generación del 98, pedía a los gobernantes locales, además de una gestión diligente para atender las necesidades, “la capacidad de crear ideales para todos y la participación de todos en una realidad común”.

Las ilusiones con plazo se llaman metas y en viejo aforismo, la historia de Santa Cruz de Tenerife es una luminosa relación de metas que conforman su espléndida realidad actual, su acreditada condición de ciudad para vivir, su temprana adscripción a los movimientos políticos y estéticos de Europa, su carácter de cuna del liberalismo primigenio que marcó un punto de inflexión en la historia cansina e injusta de las monarquías absolutas.

Esta ciudad, que acogió con largueza a cuantos se sumaron a la apasionante aventura de levantar y consolidar un próspero enclave occidental, en latitudes africanas, es un paradigma de la fe civil que conduce al progreso, de la confianza en sus potencialidades y sobre todo, del amor al territorio de nacimiento y residencia.

Cuanto es, cuanto tiene y cuanto representa no es producto del azar, sino por el contrario, fruto del trabajo de toda su gente a través de cinco largos siglos de tareas esforzadas, proyectos y frustraciones, ilusiones aplazadas y recuperadas con el vigor inicial y lo que es más significativo, conscientes de que la renuncia y la resignación no entran en su código ciudadano.

Asentada sobre el cantón más oriental de la isla, a la sombra y protección de un macizo imponente y fértil, Santa Cruz de Tenerife administra un territorio que es más, ¡mucho más!, que “la hermosa capital alegre y comercial, con una importante e integrada colonia de extranjeros”, tal como documentaron los viajeros ilustrados.

La plaza marinera y la isla, en la que por una obligada cuarentena no pudo desembarcar Charles Darwin, en enero de 1832, las que en una estancia memorable, anticiparon al sabio Alejandro Humboldt las maravillas de los trópicos, fueron para los pioneros de las ciencias naturales el laboratorio rico y cercano, de un mundo en formación que con su salvaje pureza albergaba pueblos y ciudades respetuosos con el medio, donde la relación del paisaje y el paisano seguían las viejas y utópicas reglas de la convivencia útil y feliz, que predicaron los filósofos de la antigüedad clásica y los humanistas del Renacimiento.

Para el barón Von Humboldt, las casas del puerto “franco y seguro” eran “de una blancura resplandeciente, orientadas todas al mar”.

En el proceso secular de construir y mejorar una ciudad, de adaptarla a la finalidad de hacer felices a sus habitantes está, la recuperación de ese lujo que la naturaleza regaló a esta isla, el mar, que es el que da sentido a nuestra economía y definición a nuestra personalidad y poner en valor la maravilla que es parte sustantiva y complemento indispensable de los paisajes que entornan a la ciudad.

Disfrutamos cada día de un ambiente urbano y de un clima afortunado, porque se concentran en el municipio capitalino los tres niveles del relieve insular y por ende, todos los estilos de vida que caben en Canarias: desde la periferia montañera y campesina, a los enclaves pesqueros y a los que crecieron al socaire de los muelles comerciales y carboneros; desde los polígonos modernos que albergan al grueso de la población que radicó aquí por la expansión de los servicios, al núcleo central que guarda, como un museo vivo, los testimonios de su evolución histórica y estética.

Entre mis mejores recuerdos de infancia están la primera imagen de la capital; la vista al amanecer, desde el mar, de una bahía abierta que parecía, como una persona, abrazar al correíllo en el que viajaba, escoltado a distancia por los peces voladores que describió el legendario capitán James Cook, en una escala de sus apasionantes aventuras marítimas.

Aquella llegada, grabada en el corazón y la memoria, era como nacer otra vez en un sitio nuevo, hermoso y diferente. Y los siete años del Bachillerato que estudié en los Escolapios, sirvieron para adquirir, junto a la formación elemental y definir mi vocación profesional, para ganar los primeros amigos que, aún hoy, me trasladan a esa etapa inolvidable de la adolescencia que me afilió para siempre a este lugar.

Volviendo a la feliz expresión del poeta Alberti, Santa Cruz es, por razones de mi dedicación política, “mi segunda casa grande, el lugar del trabajo y la amistad, la tierra del ocio y la ilusión, la ciudad con mayúsculas que tomamos como paradigma y espejo de los buenos deseos y las aspiraciones máximas”.

Cada día en el edificio que en los últimos años ha sido mi centro de trabajo, admiro la obra del arquitecto Manuel Oraá, y contemplo las imágenes creadas por el pintor González Méndez en el Hemiciclo más valioso, arquitectónica y estéticamente, de todos los parlamentos del Estado.

Cada día rememoro los diversos usos de un noble edificio que, nacido para la cultura, cumplió funciones más prosaicas. Y valoro con orgullo la legitimidad democrática que ostenta desde diciembre de 1982.

En el techo del remozado hemiciclo hay alegorías románticas, realizadas al alimón por los más destacados pintores decimonónicos y una relación de músicos notables, cuya memoria rinde homenaje al destino original del inmueble.

Y en la tarima que acoge al órgano rector de la Cámara, evoco al tinerfeño Teobaldo Power y al estreno de sus “Cantos canarios”, creados sobre las bases de nuestro folclore y que por aprobación plenaria pasó de la memoria sentimental de los isleños, a himno oficial de nuestra nacionalidad.

Ese es el pasado que con sus límites y grandezas, lejos de ser un lastre es un cimiento pedagógico en cuanto muestra, con aciertos y errores, las pautas para diseñar el mañana.

Y en cumplimiento de mi responsabilidad institucional, cada día, junto a la Mesa del Parlamento, me ha tocado coordinar y dirigir las tareas legislativas que marcan las pautas que, en nombre de los ciudadanos y que debemos redactar, debatir, negociar y conciliar, para que convertidas en normas, sirvan para las coordenadas presentes y futuras, en cuanto se orienten hacia la razón, la justicia y al objetivo del interés general. Ese es el presente y sobre todo, ese es el futuro.

En esta noble ciudad, que un año más abre sus fiestas en honor de la Santa Cruz, se cumplen con precisión meridiana todas estas metáforas del tiempo y como factor decisivo de sus logros, el protagonismo del pueblo por encima de los nombres propios que lo sirven y ennoblecen. El pueblo es el que refleja, en la aventura de vivir cada día y en los momentos estelares, el verdadero talante de una colectividad humana diferenciada.

Así ha sido siempre y así lo seguirá siendo. En una simple concepción de la historia, no pregonamos unas fiestas al socaire de una efeméride, por extraordinaria, trascendente o curiosa que sea. El mayo que nos convoca y que en plazo fijo arderá en fiestas, no se reduce a la mera fundación de una plaza, a la reiteración del hito del 3 de mayo de 1494, cuando Fernández de Lugo plantó la cruz que nombra a la ciudad. No se queda en un hito inmóvil como los hechos pretéritos en los manuales. Va mucho más allá, porque evoca y celebra cuanto hicimos desde entonces y cómo lo hicimos, cuánto nos queda por hacer y cómo lo haremos.

En la abundante y variada literatura sobre este privilegiado enclave atlántico, existe una hermosa coincidencia sobre el apego de los santacruceros a su pasado y se interpreta como una nítida expresión de patriotismo. Tal vez, como observó el ensayista Padrón Acosta, en este espacio grato y acogedor, adaptado a las coordenadas socio-históricas, perviva la pulsión romántica que tanta gloria dio a las letras y las artes insulares. Tal vez aquí se entienda, de modo saludable, la famosa admonición de Lord Byron que calificó al pasado “como el mejor profeta del futuro”. Tal vez esa profecía implique el reivindicado derecho de que, sólo los que construyen el futuro tienen derecho a invocar y juzgar los tiempos transcurridos.

En el Santa Cruz que vivo, conozco y quiero no hay lugar para la autocomplacencia, porque en su azarosa biografía colectiva late, como una corriente sanguínea, el hambre de porvenir. Al margen de su realidad geográfica, todos sus logros responden al esfuerzo e incluso al sacrificio colectivo, al objetivo común que demandan sus líderes políticos, sociales y culturales.

El poblado de pescadores, el muelle de cabotaje, en definitiva el surgidero de Añazo, creció gracias al tesón de los chicharreros; sus activos responden al trabajo y a la ambición permanente; su prosperidad mercantil al espíritu emprendedor de paisanos y foráneos, que entendieron que el porvenir y los caminos que conducen a él, son las verdaderas oportunidades de los valientes.

Sus títulos de plaza invicta frente a las escuadras de los corsarios ingleses, Blake y Jennings, y frente al más glorioso marino de la Royal Navy, el almirante Horacio Nelson, colocaron tres cabezas de león a su heráldica; sus castillos son los símbolos de la cintura de piedra que protegió a la urbe más famosa de esta orilla del atlántico; sus anclas reflejan la genuina vocación marinera, consubstancial con la idiosincrasia isleña; y el laurel, como en el universo clásico, simboliza la alegoría central de su heroísmo.

La pionera reivindicación del libre comercio, su apuesta y consecución de la capitalidad; su afán de modernidad en la expansión y actualización de su urbanismo y en la apuesta, después de París y antes que las otras capitales europeas, por una expresión de vanguardia tan rompedora como la II Exposición Internacional del Surrealismo, son todos hitos que justifican la compatibilidad del respetuoso afecto al pasado, con la irresistible atracción por el futuro que, como escribió el santacrucero Angel Guimerá, padre del teatro catalán, “sólo merecen los que creen en la necesidad y belleza de los sueños”.

Debajo de la realidad y de los iconos de la histórica y cosmopolita capital, debajo de los vestigios de su carrera secular que dejó monumentos de cada época y estilo, detrás de la espléndida Parroquia de la Concepción, del Hospital civil reconvertido en flamante Museo de la Naturaleza y el Hombre, detrás del Parlamento de Canarias y de este noble Consistorio, detrás del Auditorio Adán Martín y el TEA, detrás de tantas fábricas ilustres y funcionales, late un sueño, un sueño propio y universal con meritorias exigencias espirituales y materiales.

“Sólo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres”, escribió el gran Pablo Neruda, poeta del amor y del pueblo. Aplíquese, con toda justicia y merecimiento, a esta ciudad singular en vísperas festeras. Y como ayer, aspiremos hoy y mañana a lo máximo, a un desarrollo en beneficio de sus habitantes, que implique preservar la naturaleza a través de una armónica relación con ella, en busca del bienestar de quienes la ocupan y la gozan.

Coincido con el profesor Tierno Galván, también autor de una frase antológica, que identifica el sentimiento de muchas personas: “Todos tenemos nuestra casa, que es el hogar privado; y la ciudad, que es el hogar público”.

La ciudad, sin cuyo protagonismo no podríamos entender nuestra identidad como pueblo, con nombre, apellido y destino propios, nos invita a mirar hacia atrás con orgullo pero sin nostalgia, porque su futuro –que exige la ilusión y el esfuerzo de todos– será tan amplio como el vasto horizonte que se abre ante su rada, que la convirtió en la meta de todos los caminos y en la escala más deseada y famosa del Atlántico.

No sé si aproveché la generosa oportunidad que el señor Alcalde y la ilustre Corporación me ofrecieron para ocupar esta tribuna, usada por notables personalidades de la vida política social, cultural y profesional, para hablarles de la casa común, del hogar público, como yo vivo y siento a Santa Cruz de Tenerife.

Por la ilusión y voluntad con que he hecho el pregón, espero haber correspondido a la ejemplar atención de la audiencia.

A título de despedida, recurro nuevamente a palabras ajenas, en este caso debidas al Premio Nobel Vicente Aleixandre, uno de los grandes poetas de nuestra lengua:

¡Oh, mar inmenso en su reposo, oh cielo inmenso que lo alza. Entre los dos la ciudad vive y se despliega hermosa y blanca. Se ve el verdor de aquellos montes, la desnudez de las montañas y está allá al fondo ahora naciendo la noche grande, pura, atlántica.

Estos versos resumen con galante genialidad, la intensa relación de mar y cielo que define a esta ciudad y que el poeta dedicó a Santa Cruz Tenerife.

Concluyo, con mi rendida admiración y mi inmensa gratitud a todos ustedes, por la amabilidad de atender mi pregón, hecho desde la mejor voluntad y el más sincero amor a la ciudad de Santa Cruz de Santiago de Tenerife.

   Santa Cruz de Tenerife, 27 de abril de 2011

                Antonio-A. Castro Cordobez
     Presidente del Parlamento de Canarias